Mejorar la organización, institucionalizar los clubes y apuntar a un trabajo formativo a largo plazo eran los pilares del cambio. Pero como tantas otras veces, nos ganó el cortoplacismo.
Por Pedro Ortiz Bisso
Después de la dolorosa eliminación para México 86, Perú pasó momentos de confusión. En el 87, Fernando Cuéllar fue encargado de armar el plantel para el Sudamericano de Argentina y el ‘Gato’, fiel a sus principios, juntó a algunos sobrevivientes de la eliminatoria anterior -Uribe, Navarro, Reyna, Rojas, Olaechea- con varios chiquillos que empezaban a asomar: Del Solar, Martínez y e inefable Cedric Vásquez. El resultado fue una selección corajuda, peleona, pero que jugaba horrible. Recuerdo un titular de un medio brasileño espantado con el juego de los nuestros (“¿Perú, a dónde se fue el toque?”). Vean por YouTube los empates con Argentina y Ecuador y les van a llorar los ojos.
Después vino el experimento Pepe, quien dirigió un equipo hecho, en gran medida, con jugadores del torneo local -Purizaga, Arteaga, Chemo, Balán, Rey Muñoz- y los resultados fueron vergonzosos. Bolivia ganó en el Nacional, Uruguay nos dejó en el suelo y no hicimos un solo punto.
Lo que siguió fue un ejército de entrenadores con miradas distintas uno de otro, sin apuntar a la verdadera raíz del problema: el nulo trabajo formativo en los clubes. Bajo el pretexto de “solo queda seguir trabajando” o “algún jugador aparecerá”, nos mantuvimos a la deriva hasta que el proceso Gareca -milagroso por donde se le mire- maquilló nuestra ingrata realidad.
La clasificación a Rusia se presentó como una oportunidad para trazar una línea y empezar a trabajar acorde con el profesionalismo que imponían los tiempos. Había plata y cierto consenso. Mejorar la organización, institucionalizar los clubes y apuntar a un trabajo formativo a largo plazo eran los pilares del cambio. Pero como tantas otras veces, nos ganó el cortoplacismo y ese rasgo tan peruano de estropear lo poco que hacemos bien.
Lo que ha ocurrido en esta eliminatoria sabíamos que iba a pasar. No había una razón cercana a la lógica que pudiera señalar lo contrario. Reynoso, Fossati e Ibáñez, aunque hoy la indignación nos marque la contrario, tienen una responsabilidad menor en este desastre. El problema está mucho más en el fondo; tiene una raíz dirigencial.
Lo paradójico o, mejor dicho, vergonzoso, es que esos mismos que hoy seguramente patalean, levantan los índices y disparan contra el reyezuelo de la Videna son los que acaban de reelegirlo hasta el 2030. Hasta pareciera que le hubieran dado un premio.
Cuando ocurren estas desgracias, nunca falta el amigo buenote, amante de las frases hechas, que buscará levantarnos los ánimos con una recomendación paulocoelhiana: “¡Ánimo! Ya caímos al fondo. Peor no vamos a estar…”
Pues no, mi estimado. Usted no parece peruano. En nuestro país las cosas siempre pueden estar peor. Por eso, hoy todos sufrimos este desastre y el único que irá al Mundial será Agustín Lozano.

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